Por Alejandro Rozitchner.
Supongo que habría que decir que el peronismo es un partido político, pero sabiendo que su vocación de poder supera al respeto de las normas de la democracia (o gobiernan ellos o no dejan gobernar a nadie), podríamos poner en duda esta afirmación. Es una mafia lícita, una hermandad con arquetipo fascista que reivindica el lugar social del "pueblo" (actitud propia del fascismo), para promover a veces un cierto crecimiento social y otras veces desmejoras de la situación nacional, a la que arrasan si en sus pujas internas o externas conviene hacerlo. Es un grupo de pícaros, a veces inteligentes y a veces no tanto, de los que uno se hace amigo porque los quiere, con los que se puede comer asados y tomar vino. Un movimiento social que mira a la ley con sorna, como diciéndole "hermana, somos pocos y nos conocemos mucho". Un grupo de idólatras de cadáveres, basado en el respeto que sus padres tuvieron por el líder principal del movimiento, un musoliniano que adaptó la obra teatral del fascismo italiano al escenario argentino. Y, por supuesto, me encanta la descripción de Borges: "Los peronistas son personas que se hacen pasar por peronistas para sacar provecho". Este movimiento puede tanto hundir al país como rescatarlo, siempre parcialmente. Ambas cosas las ha hecho y probablemente las siga haciendo.
martes, 5 de enero de 2010
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