Himno Nacional, gabinete completo y la Presidenta flanqueada por Julio Grondona y Diego Maradona. En señal de agradecimiento –siempre hay algo que agradecerles a los Kirchner, también es un hábito de los sindicalistas–, Grondona entregó a la mandataria un enorme escudo de la AFA y una camiseta de la Selección con un nombre en el dorsal: Cristina.
En su discurso la jefa de Estado se declaró hija, hermana, madre y esposa de futboleros. Para esto la Casa Rosada pidió la cadena nacional. También para que los ciudadanos escucharan su enorme elogio a la valentía con que los titulares de los clubes respaldaron la ruptura de un contrato comercial. Decisión francamente heroica tomada, entre otros, por ciertos dirigentes ricos de instituciones fundidas, acosadas por intermediarios, representantes, negocios turbios y denuncias judiciales. Nada para reprochar: el fenómeno es pan de todos los días. Y los clubes, esos pequeños mundos, no hacen sino reproducir la matriz de la sociedad en que están inmersos. Cuestión de escala.
La Presidenta, que tiene talento para banalizar, no el mal, sino la tragedia, dio una muestra cabal de cuánto le duelen las heridas que buena parte de los argentinos aún se lame y su gestión dice venir a restañar: “Te secuestran los goles hasta el domingo, como te secuestran las imágenes y las palabras –dijo–, como secuestraron a 30 mil argentinos (...) No quiero más una sociedad de secuestros”. Y concluyó: “La democracia está incompleta en la medida en que no garantice a todos el acceso a los bienes fundamentales. Éste es uno de ellos”.
Sólo el grotesco salva esas frases de la herejía.
(Por Susana Viau en diario "Critica")
viernes, 21 de agosto de 2009
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